Algo pasaba en 1999.
El viento traía el perfume de un futuro distópico pero elegante, un futuro en el que parecía que la tecnología y los videojuegos en particular iban a determinar el ritmo de los acontecimientos.
Todo esto con el permiso del EFECTO 2000, una enfermedad terminal y con fecha de defunción anunciada que sufría la vetusta tecnología del siglo XX y podía provocar desde la explosión de las centrales nucleares Rusas a una debacle financiera que nos devolviese a la edad de piedra.