Recuerdo con cierta nostalgia cuando en los años de mi querido Spectrum, lo que entendíamos por juego musical era la representación de un teclado compuesto por líneas rectas y letras en nuestro televisor de 14 pulgadas. Apretabas la tecla “Q” y se oía una nota, apretabas la letra “R” y se oía otra nota…
Eran aplicaciones que normalmente tenias que introducir tú mismo en el ordenador o con suerte, venían incluidas en alguna cinta de la MicroHobby para nuestro deleite, como por ejemplo aquellos míticos sintetizadores que hacían “hablar” a nuestro ordenador, aunque solo lo entendiésemos nosotros…
Actualmente los juegos musicales gozan de una salud estupenda y consiguen que puedas reproducir a la perfección tu canción favorita de Aerosmith, pero tras todo ese lujo visual y sonoro se esconde uno de los ya olvidados pecados capitales: La pereza