Lo del coleccionismo siempre ha sido visto con muy diversos ojos según la persona en cuestión, y es que eso de acaparar según qué cosas puede considerarse desde una excentricidad hasta algo enfermizo. Hace poco le comenté a un compañero de oficina que colecciono (de manera informal) ordenadores antiguos y juegos. Me trajo su viejo Spectrum 128 K de Investrónica no sin antes lanzarme el puñal: “Oye ¿no tendrás el síndrome ese de Diógenes?”
Y es que algo de eso debe haber. ¿Qué hay en la raíz del coleccionismo? En mi caso, desde luego, me centro en juegos que me gustan, llanamente, y en máquinas que me atraen o disfruté de niño. O en originales que sean particularmente atractivos. No sé, a mí que me gusta la ilustración no me desagrada tener un ejemplar del “Dark Seed” de PC diseñado por Giger, y como me gusta todo lo relacionado con George Lucas, pues una caja del Indiana Jones Fate of Atlantis es bienvenida. Me gustan las portadas, los manuales, las ilustraciones, intentar instalar uno de esos viejos juegos en su soporte original, tal y como yo mismo hacía hace 30 años. Uso mis juegos, mi SNES, mi N64, mis maquinitas Game & Watch. No uso el Spectrum porque no estoy para perder 5 minutos viendo cargarse un juego, pero sí conecté hace poco mi +3 con disquete sólo por el gusto de trastear un rato con él.